domingo, 21 de diciembre de 2008

Capitulo final

Se acabo. El final se ha escrito y se da la historia por acabada. Gracias a todos por participar en este proyecto, os lo agradezco y como mínimo, espero que lo hayais disfrutado. Un saludo a todos.

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El lunes volvió a ser día de colegio. Y aunque nada lo aparentara iba a ser un día especial. Jorge y Ángela no se dieron cuenta de que muy sutilmente un par de jóvenes los seguían y se aposentaban en la puerta del colegio. Justo a la misma hora, otros dos iban rodeando el parque de atracciones, paseando por las calles adyacentes. Poco después de llegar se habían cruzado con Giselle.

El comisario, solo, paseaba sin rumbo. Iba a ser un día de trabajo. El domingo, a eso de las cuatro de la mañana y cuando despedía a su equipo para que durmieran un par de horas ya les advirtió.

-Recordad ambas cosas: mañana hay agitación y no quiero que sea por ningún operativo, paso a paso y cuando estemos seguros. Yo estaré en la calle y doy instrucciones por móvil. Vosotros cuatro sois los que primero salís.

La pareja que había seguido a Carlos dejo pasar una hora y entró, aparentando despiste, en el instituto.

- Mire, queremos hablar con el director, por favor.
- Sí esperen un momento. ¿De parte…?
- Mire, somos policías, es una comprobación rutinaria, le ruego que no lo comente por ahí.

Con el anuncio, el director los invitó a entrar enseguida. En su despacho sí que pudieron sacar sus placas.


-Ustedes dirán.
-Mire, hay un asunto bastante grave relacionado con un alumno del instituto, Jorge Molina…
-¿Jorge? ¡Jorge es un buen chico! –lo defendió el director.
-¡Claro que sí! –los dos policías se iban turnando la palabra-, el no ha hecho nada, pero precisamente nos ha dado una pista importante. Siga nuestras instrucciones, ¿de acuerdo? Y deje salir del instituto a Jorge.
-De acuerdo, señores. Claro está.
-Ahora nos meterá en una sala de reuniones cerrada. De aquí a diez minutos irá a buscar al chico, que recoja todo, como sí lo hubiera venido a buscar un familiar. Y nos lo trae aquí.

Un cuarto de hora después –ya eran las diez de la mañana- Jorge entraba en una pequeña sala que se había preparado para recibir a padres de alumnos.

-Hola Jorge, pasa. No te preocupes ni te extrañes porque ¿el sábado acudiste a la policía, verdad? Por eso estamos aquí, somos policías.
-Anda, ¿y cómo sabían quien era yo? Sólo dejamos un teléfono y no nos llamaron.
-No te llamamos porque nada nos garantizaba que tu teléfono no estuviera pinchado. Pero para la policía es muy fácil saber quién vive en determinada vivienda y qué es lo que hacen.
-Claro, pues ustedes dirán…
-Queríamos hablar contigo para que nos cuentes más cosas. Pero no aquí, aquí no nos gusta. Tienes que ir a casa. Nosotros salimos ahora y te esperamos allí. Tú saldrás del instituto a las diez y cuarto. Es importante que sigas las instrucciones. Y te encaminas a casa.
- Si, como me digan ustedes…
-Por cierto, hay una puerta dentro del vestíbulo de tu edificio. ¿Comunica con el taller mecánico que está en la esquina ¿verdad?
- Sí, con un despacho. A veces he visto entrar a los dueños por ahí.
-Perfecto. Nosotros estaremos esperando, pues, en el rellano de tu piso.

Efectivamente, cuando Jorge llegó los dos policías hacían tiempo en su descansillo. Una hora después, pedían permiso para hacer una llamada telefónica antes de salir al mismo
rellano.

-¿Sí? ¿Comisario? Le explico brevemente. El chaval poco sabe, pero nos ha dicho que atacaron a su hermana cerca del túnel del terror. Tiene una carpeta de documentos que dice que le ha robado a Von Kölberg, ya le explicaré cómo. He hecho venir al grafólogo y es cierto, es su letra. Deberíamos interpretarla porque hay material, pero parece claro por unos planos que en el túnel del terror ese pasa algo, ahí han montado cosas raras.

El comisario Arias empezaba a estar impaciente. Le gustaba tanto sentar las bases de un operativo como meterse en el fregado. A pesar de casi no haber dormido, estaba muy alerta. Había quedado contento de lo que había desplegado –poco, aún no había muchos datos- y sólo esperaba ya empezar a moverse, a correr. Vön Kolberg era uno de los fugados más buscados por la INTERPOL, y a la satisfacción de encontrarlo se añadiría un merito más en su hoja de servicios. Apología del nazismo, sectas, campos de entrenamiento, terrorismo,… Todo eso que en Alemania le cortaron y que parecía que quería restaurar en España.

Por eso, se sentía feliz cuando tras recibir la llamada de sus hombres se le ocurrió de repente una idea. Cogió el teléfono y la llevó a la práctica:

- Alcalde, soy el comisario Arias. Mira, hazme un favor. Encárgate de que una de esas maquinitas de barrer y una brigada tuya salgan para el parque de atracciones. Y prepárame ocho trajes de barrendero para una patrulla mía, te los envío rápido, en diez minutos los tienes ahí.
- Como ordene, comisario. ¿Podría saber para qué es?
- Ahora no, alcalde. He de darme prisa, pero sepa que si me sale bien, saldrá la ciudad en la prensa de toda Europa. Y para bien.

La siguiente llamada fue a comisaría. Pidió al subcomisario que escogiera ocho hombres, que los hiciera ir al ayuntamiento, preguntar por el alcalde y que se vistieran con los trajes que éste les diera. Uno de ellos debería llevar un móvil para darle instrucciones. Ninguna especial, que controlaran en general por la zona del tunel del terror y detuvieran a quien viesen por ahí y no supiese explicar qué hacía.

Mientras decía esto, iba subiendo por las calles, buscando el aire del parque y la pareja de guardia. Y desde las sombras, media hora después, vio como entraba en el recinto una cuadrilla de diez barrenderos. Se apresto a vigilarlos desde la cabina de unos teleféricos que aún sobrevolaban la montaña.

Von Kölberg quiso salir al exterior para tomar también aire. Le estaba agotando y desesperando la actitud del tonto ese. Era igual que su padre. Su padre,… ¡Cómo lo había traicionado su padre! Ese vital español con el que había coincidido en las aulas de Filosofía de Heidelberg, ese español con quien había soñado fundar una escuela filosófica de voluntad y poder. Y veinte años antes había huido con esos estatutos que habían modelado en tardes y noches gastadas en tabernas. Le había costado mucho encontrarlo y poco matarlo, pero no le servía de nada su muerte si no conseguía los estatutos. Esa caja que habían sellado y que desapareció con el español. Y había tardado en llegar a su hijo, ese hijo que tenía ahí debajo, abotargado, y que le había descubierto la caja que ahora ya no encontraba. Esa caja con los primeros estatutos que quería conseguir sin que el otro se sintiese herido en sus sentimientos de hijo y lo denunciase.

El cigarrillo que subió a fumar se estaba consumiendo cuando se dio cuenta que había una extraña agitación de brigadas de limpieza en el parque. Deberían buscar un nuevo lugar. Mañana mismo. El ayuntamiento no les dejaba respirar. Ahora mismo iba a bajar y a decirle a su hermana cuando llegase al mediodía que fueran recogiendo. La mano no llegó a empujar la puerta ante la voz que le llegó desde su izquierda.

-¿Adónde va, señor?

Uno de esos ridículos barrenderos con trajes verdes de rana. No convenía despertar sospechas.

-No, abajo un momento. Soy un antiguo directivo del parque y tenemos unos documentos almacenados aquí que debemos llevar al ayuntamiento. Cosa de segundos.

Pensó que debía llamara a Giselle enseguida, que no se acercara. Mientras tragaba un “buenos días” escueto y rabioso se fijó en que algo extraño sucedía también a su derecha. Cuatro pistolas lo apuntaban.

La llegada a comisaría coincidió con el llanto de Mike mientras veía al policía armado frente a él.

-No te preocupes, chico, creo que estás salvado.

************** Varias semanas después **************

Sentado el despacho en el que tantos años habia pasado el comisario Arias miraba despreocupadamente por la ventana, hacia un día esplendido. Sobre la mesa, abierto, había un periódico que presentaba en primera plana el titular: Von Kölberg detenido. Más abajo exponía todo el proceso desde la pista de un muchacho hasta la desmantelación de la secta, que no solo operaba en España, sino que después del fracaso en Alemania estableció puntos de reclutamiento en diferentes paises.
El comisario apartó la vista del exterior y se sonrió a si mismo cuando echo un vistazo al titular, satisfecho. Que gran golpe de suerte había tenido con esos dos hermanos. El día anterior había ido a su hogar a felicitarles personalmente por su ayuda, digna de elogios.
El chico que liberaron, Miguel, parecía alterado después de pasar tanto tiempo en ese sótano. Le obligaron a pasar diferentes chequeos médicos para comprobar su salud física y mental, el informe simplemente mencionaba agarrotamiento muscular y agotamiento mental. Al parecer el secuestro no le iba a dejar secuelas, era un chico fuerte.
Solo había un ligero empaño en su euforia. Después de la detención de los responsables, hicieron inventario de todos los documentos que se encontraban en su poder y requisaron todo lo que encontraron. Pero no pudieron hacer nada con el otro chico, Carlos. Ni una sola pista le incriminaba, estaba limpio. Al final no tuvieron más remedio que dejarle marchar, a pesar de que no le daba buena espina. Le tendría vigilado.



-Hola, Sail.
-Has tardado mucho en llegar, te estaba esperando.
-He tenido que ocuparme de unos asuntos, además como imaginé, hoy no es un buen día para aparecer por casa.
-Comprendo… Intenta evitar a tu padre, siempre te trae complicaciones.
-Eso dejará de ser un problema muy pronto.
-De todas maneras, ten cuidado. ¿Vendrás mañana?
-Probablemente.
-Necesito una respuesta concluyente…
-Por la mañana hablamos, ahora necesito pensar.
Carlos cerró el programa sin dar tiempo a responder al que estaba al otro lado.
Sin ni si quiera desvestirse, se tumbó en la cama y pasó varias horas en vela, con la mirada perdida.

Al día siguiente, temprano, minutos antes del amanecer se encontraron dos personas. Una de ellas era Carlos, la otra era un hombre mayor, rondaría los cincuenta años. Hablaban mientras paseaban por la colina que se alzaba a poca distancia del abandonado parque de atracciones, lugar donde fue detenido Von Kölberg y su hermana.
-Es una verdadera lástima que todo haya acabado así, esa pareja tenía potencial. –decía el hombre mientras caminaba. –Pero solo ha sido un pequeño revés. Ha sido más duro las caídas de Francia, Italia y Austria.
Se detuvo mientras su reflexionaba,
-Aún queda la carta maestra, y no puede fallar. Ya están todos los preparativos hechos, es cuestión de semanas. ¿Has traído lo que te pedí? –preguntó directamente a Carlos.
El chico le alargó con seguridad un objeto envuelto en un pañuelo de color marrón, su interlocutor no tardó en desenvolverlo y abrir la caja que envolvía.
-Impresionante. –le felicitó con ojos brillantes. –Tienes mucho potencial chico, y me parece que lo aprovecharás pronto. Has conseguido lo que no pudo Kölberg en años. ¿Qué ha sido del Guardián?
-Dudo que vuelva a aparecer algún día por aquí, y si lo hace será demasiado tarde. –su voz era fría e inexpresiva, con una nota de desprecio.
-Perfecto, entonces prepárate, mañana me acompañarás Suiza, nos están esperando. Y una cosa más, no volverás aquí en mucho tiempo.
-Nada me retiene aquí, tengo aspiraciones mayores.
-Tú lo has decidido.

Se despidieron en medio de un luminoso amanecer, que a pesar de su belleza, anunciaba malos presagios.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Retraso

La historia está practicamente concluida, si alguien desea continuar y darle un retoque a su gusto, el día 19, viernes, es el último día.

Un saludo.

Las continuaciones en la anterior.

EDITADA

lunes, 1 de diciembre de 2008

Capítulo 7

Hola a todos de nuevo. Este es el último capítulo de este proyecto. Os he de agradecer a todos vuestra colaboración y espero que como mínimo lo hayais disfrutado. Se ha de cerrar toda la línea argumental, intentando no dejar cabos sueltos.
Se cerrará el día 15 de diciembre, se puede retrasar si es necesario.

Muy bien, a ver que tal sale el final.

Un saludo.

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A pesar del dolor lacerante que le provocaban las cuerdas y de no poder ver por culpa de la venda que te ocultaba la vista, se espabiló. Todo el tiempo que había pasado encerrado en ese lugar le había agudizado los sentidos.
Lo primero que notó después de que abrieran la puerta de metal fue un profundo olor, que para su sorpresa, era de su agrado. Era dulzón e inundó al poco la estancia. No le cupo ninguna duda, era ella. No sabía por qué pero ella tenía las respuestas que el necesitaba.
Oyó el repiqueteo del chocar al caminar de los tacones y de la mujer según se acercaba. Se acercó tanto que sentía su respiración en la frente, algo que le incomodaba, su presencia era intimidatoria.
-Miguel –comenzó pronunciando cada letra con lentitud y una intención que no pudo identificar. –Vas a salir pronto de aquí, te lo aseguro, pero nos lo tienes que decir, ya.
-Y…yo… no lo se… -dijo con dificultades.
Cada vez le costaba más hablar, no estaba seguro de por qué pero mentir le exigía un esfuerzo mayor cada día que pasaba.
-Sí lo sabes, Miguel. Tu querido padre te lo dio antes de irse, y ya es hora de que nos lo des a nosotros.
-No…no se de que hablas.
Hace años, antes de que desapareciera su padre de su vida, le dio una caja, una caja muy importante. No sabía lo que contenía, y tampoco se molestó en abrirla. Javier, su padre, nunca le habia dedicado mucho tiempo a su hijo. Para Mike, era casi un desconocido. Pero un buen día, cuando estaban a solas en casa, se acercó a su hijo. Estaba nervioso, casi desesperado. No habló demasiado, no tenía tiempo. Simplemente le dejo ese objeto y después de unas palabras, que Mike las considero vacías de significado, se fue, para no volver. Durante los días de su encierro llegó a pensar que tal vez esas últimas palabras, hubieran sido sinceras. Que quizá algo que se le escapa a su entendimiento, les hubiera separado. Pero ya no importaba.
-Miguel, ¿sabes una cosa? –preguntó Giselle con su característico acento. –Vas a morir.
Lo dijo como si fuera la cosa más normal del mundo. Su indiferencia le asustó y estuvo a punto de rendirse y revelar todo lo que sabía.
La imagen de su padre, el último día que desapareció, junto con el valioso contenido de la caja, le dio fuerzas. Estaba dispuesto a morir. No solo por él mismo, ni por su padre, sino por todo el mundo.
-No tengo miedo –dijo imprimiendo la mayor fuerza a su palabras que pudo.
Giselle le miro fijamente, aunque el chico no podía saberlo.
-Eres un inepto, como tu padre. Morirás en vano.
Las facciones de Mike se tensaron en una mueca de odio y gritó:
-¡Malditos seáis! ¡Vosotros! ¡Vosotros os lo llevasteis! ¡Lo matasteis!
Todo empezaba a encajar, los secretos de su padre, sus oscuras revelaciones, aquellas personas… el objetivo final de todo ello.
La mujer sonrió satisfecha mientras se alejaba. Sujeto la puerta mientras lanzaba una última mirada de malicia hacia donde Mike se retorcía.
-Por fin lo has entendido. Mañana es tú último día. Está en tus manos vivir o morir.
Mike se revolvió intentado soltarse de sus atadoras, pero lo único que consiguió fue rasgarse las muñecas y los tobillas. Finalmente se detuvo mirando hacia donde creía que estaba esa asquerosa mujer.
-¡Zorra! –le gritó escupiendo en suelo.
Lo último que oyó fue la puerta cerrarse sumiéndole nuevamente en el más apabullante de los silencios.

Giselle Von Kölberg se situó también ante el ordenador. Repartía mensajes, ora en clave, ora escuetos y directos. Ya habían hablado de habilitar otro despacho, nunca en viviendas, eso sí. Eran fáciles de encontrar y había vecinos. Era una lástima, las comodidades y las vistas del parque de atracciones eran inmejorables, pero el ayuntamiento ya había contratado las excavadoras para que fuesen mordiendo, poco a poco todos los edificios. Incluso ese de dirección en el que se encontraba ahora.

Su hermano era quien había bajado al cuchitril donde tenían a Mike. El mensaje era el mismo que tres días antes:

-¿Con quien más has hablado?
-Con nadie, de verdad, sólo quería enseñárselo a Carlos.
-No pudimos estar pendientes de ti cada segundo, no me fio… -se desesperaba el alemán
-De verdad, de verdad que a nadie más –lloraba Carlos.
-Las instrucciones eran claras. Las propuestas de nuevos miembros me habían de llegar a mí, no se hacía nada sin que yo decidiera.
-Sólo quería enseñarle la cruz y la caja, no iba a hablarle de nada.
-Ohhh, sí, claro –ironizó Von Kölberg- le ibas a enseñar la cruz y la caja y no le ibas a contar absolutamente nada más… Y después eres tan inocente de explicármelo por el Messenger. Y orgulloso, encima. Menos mal que sabemos que la caja está en tus manos. Y menos mal que fuiste tan tonto de venir al parque cuando te lo dije.
-Pero señor Von Kölberg…-la bofetada le giró la cara y no pudo acabar.
-Señor Von Kölberg, señor Vön Kolberg,….-remedó sarcástico Y encima hemos tenido que controlar a su madre para que no nos denuncie-. Menos mal que es de los nuestros también.

En casa de Jorge ya habían paralizado la búsqueda y entraban en la cama con el nerviosismo de las últimas palabras pronunciadas por Ángela: “Mañana tenemos que ir a la policía”. Cuando entraron, un día canónico de otoño, en la desastrada oficina que servía de refugio a las fuerzas del orden desplegadas en el barrio, la dejadez era total. Estaba en el otro extremo, casi dentro de la estación marítima donde aprovechaban para controlar también la aduana. El sábado era día tranquilo, la febril actividad de los DNI acababa el viernes a las dos, la llegada de buques con carga se demoraba hasta el domingo a media tarde y las comunicaciones de la INTERPOL –una oficina aduanera recibía constantemente informes, avisos y peticiones de búsqueda- se habían cerrado. Así que el joven en prácticas, recién salido de la academia, que los recibió tampoco estaba para más indagaciones.

-Así que dices que quieres denunciar la desaparición de tu amigo.
-Miguel Castillo, hace tres días que ni viene al Instituto, ni contesta al móvil.
-Vamos a ver,… Pero tú ¿eres familiar?
-No, es compañero –se exaltaba Jorge sin entender el sentido de las palabras del policía.
- ¿Y sus familiares?
- Sus padres están separados.
- Ya –se sentía didáctico el joven policía-, pero ¿por qué no lo denuncian ellos?
- Es que su madre nos ha dicho que se ha ido con su padre, pero es mentira.
-Acabáramos –casi le había alegrado la mañana al joven miembro del cuerpo-, la madre es una mentirosa y tú el héroe.
-Por favor, sé que tengo razón, por favor, atiéndame,…
-Mira chico, en principio nadie puede denunciar a no ser que sea familiar directo.
- ¿Quién es el jefe aquí? –actuaba Jorge ya a la desesperada.
-A ver, chico –el guarda empezaba a cansarse- aquí no funcionan aquí las cosas. Para ti no hay jefes, yo soy quien decido si curso o no.
- Se que hay un formulario, lo puedo rellenar.
- Sólo los familiares.
- Bien, y pasar una nota a alguien-. Es que sé más cosas y hay un lío muy enredado.
-A ver –acabó el policía- mira, mañana por la noche viene el comisario. No puedes formular una denuncia, pero te voy a dar tres líneas. Cuéntale en tres líneas lo que quieras y se lo daré.

La nota, al fin y al cabo fue redactada por Ángela, más tranquila o por lo menos más fría. Las tres escuetas líneas que les dejó el agente. “Desaparición de Miguel Castillo. Tenemos planos del Parque de Atracciones con la situación de una celda. Parece preparado por un tal Von Kölberg. 93 3401743”. Ángela salió pensando que no había mejor manera de decirlo, pero que parecía todo de novela.

El resto del sábado discurrió con tranquilidad. Nada hacía presagiar la tormenta que se levantaría el domingo. En casa de Guillermo habían instalado un pequeño cuartel general.

-Ya está aquí Carlos, ha venido pronto –anunció Giselle a su hermano.
-Bien, prepárate para las clases de mañana. Te doy instrucciones después. Dile a Carlos que pase.

La actitud de Carlos era mucho más recatada que aquella la que últimamente hacía gala. Con la cabeza baja, asentía a todo lo que le expresaba su maestro.

-Bueno, ya sabes que queda uno sólo, ese tal Jorge. No sabe nada, pero los tres datos que conoce, mal utilizados, pueden hacernos daño. No te he de decir nada más.
- Sí, he estado pensando. No se preocupe.
- No me preocupo, claro que no. Con Guillermo lo hiciste muy bien. Tuviste que tirarlo dos veces por las escaleras ¿verdad?
- ¿Cómo lo sabe?
- Sin preguntas. Sólo con ver el cadáver lo supe. Con Jorge actúa igual, veo que el dinero que gastamos en llevarte a ese campo de entrenamiento en verano fue bien utilizado.

Mientras Carlos salía de casa de sui antiguo profesor, el comisario Amancio Arias repasaba una y otra vez una extraña nota sobre su mesa. Ni siquiera intentaba indagar que agente se la había dejado, ni siquiera llamaba al teléfono que le habían dejado. Simplemente abría el ordenador y buceaba en una página con una contraseña perfectamente encriptada: “Acabo de recibir una nota. Sin total seguridad, pero creo que tenemos a Von Kölberg”